Por Ariel Torres | LA NACION
Ya saben,
por la historia de
Vicky , que eso de rescatar un animalito de la calle no me es ajeno. Nunca
me había ocurrido, sin embargo, traerme un cánido playero. Pero todo llega.
Hace unos
20 días, en Costa del Este, se nos aproximó una perrita rubia y blanca,
estilizada, de agilidad gatuna, tamaño mediano y paciencia monacal. Como muchos
otros perros vagabundos nos siguió durante un rato mientras paseábamos. Al
revés que todos esos otros perros, éste nunca nos abandonó.
Durante
los 4 días que pasamos la costa, se mantuvo con nosotros, indeclinable. De día,
de noche, todo el tiempo. En dos ocasiones asuntos urgentes atrajeron su
atención y se esfumó. Pensamos que había hecho lo que siempre hacen estos
pichichos; es decir, seguir con su vida. Pero no. Al final siempre regresaba.
Conocía dónde estaba nuestra cabaña con precisión de GPS, y, si salíamos en el
auto, nos seguía al trote. Más bien, nos persiguió unas cuadras la primera vez
y ahí paré y la subimos. En esta familia o todos caminan o nadie camina, qué
tanto.
El último
día debatimos los pros y contras de adoptarla y traérnosla a Buenos Aires.
Decidimos que sí en unos 12 segundos y medio. La idea de verla desaparecer en
el espejo retrovisor no era para nosotros. Le pusimos Betty y se vino con
nosotros a la gran ciudad. Fue un viaje sin mayores sobresaltos y, al llegar,
hicimos las presentaciones con mis otros dos perros en territorio neutral.
Salvo unos intensos ataques de celos, no hubo mayores conflictos. Pero Betty
estaba por darnos el susto del trimestre.
Al día
siguiente por la noche cayó sobre Buenos Aires una fuerte tormenta eléctrica.
Estaba en mi estudio cuando oí ladridos provenientes de la terraza. Mis perros,
civilizados y razonables, no se van a la terraza cuando llueve. Se esconden
para evitar mojarse. Así que le estaban ladrando a otra cosa. A Betty, seguro.
Subí y la
encontré muy entretenida corriendo como una poseída, no por la terraza, sino
por la medianera con el vecino. Había saltado y atravesado obstáculos que
ningún otro perro había sorteado antes. La llamé y vino, dócil.
Estaba muy
excitada, pero no le presté demasiada importancia. Podía ir hasta la medianera,
pero no iba a saltar todos esos metros hasta la casa de mi vecino.
No, no un
perro de ciudad. Pero Betty es otra clase de criatura, una que hasta 48 horas
antes se había ganado la vida cazando.
Regresé al
estudio y dos minutos después volvieron los ladridos. Subí. Allí estaba, de
nuevo, en la medianera. Me pareció que intentaba ganar la calle. Algo
imposible, dicho sea de paso. La llamé. Vino. Bajé a mi estudio y, dos minutos
después, otra vez los ladridos. Pero esta vez, cuando subí a buscarla con la
firme intención de dejarla adentro de la casa, ya no estaba. Había
desaparecido. Me cansé de llamarla, pero no respondió. Lógico. Había algo más
que ignorábamos. Betty no ladra.
No lo
sabía todavía, aunque podía haberlo deducido, pero había saltado unos dos
metros y medio hasta la terraza de mi vecino y luego otros 3 hasta su patio
delantero. Como no ladra, no podíamos localizar su posición. Ni siquiera
estábamos al tanto de que no ladraba. Al día siguiente, el vecino encontró un
perro en su patio, le abrió la puerta, y adiós. Betty estaba ahora oficialmente
perdida.
Era
desesperante, porque le habíamos tratado de dar una vida mejor, y ahora, en
lugar de vagar por un sitio más o menos pacífico, como Costa del Este, se había
perdido en esta impiadosa ciudad. Lo haré breve, que esta columna trata de
tecnología (ya falta poco): al día siguiente la buscamos durante unas 5 horas,
por turnos, sin tener más que vagas referencias de que la habían visto. La
verdad es que hay millones de perros iguales a Betty.
A la
noche, obtuvimos de un prefecto una pista más o menos firme, dimos vueltas por
el barrio y, por fin, a las 9 y cuarto de la noche, la encontramos, a unas 4
cuadras de casa y de lo más entretenida. Tenía cara de Muy copado esto de la
gran ciudad. La llamamos y se subió al auto con la energía cinética de un misil
y se ocupó, durante un largo rato, de mover la cola, saltar sobre nosotros y
darnos besos. Nada de ladrar, sin embargo.
Había
estado 15 horas extraviada. Las posibilidades de hallar un perro de esta forma
son nulas. Dios había puesto su parte, sin duda.
Estoy, pero no estoy
Las
tormentas eléctricas la asustan, ese es todo el problema. Eso y que exhibe
habilidades incompatibles con el modelo mental de perro que manejamos en una
ciudad. Se parece más a un lobo -los perros, técnicamente, son lobos- que al
mesurado y circunspecto faldero urbano. Sabíamos que con el tiempo su vínculo
con la casa iba a profundizarse y, en los días subsiguientes, notamos que se
seguía trepando a la medianera, pero ya no se arrojaba a lo del vecino. Notamos
también que nuestra presencia la calmaba. El único pequeño inconveniente es que
pasamos mucho tiempo fuera de casa, trabajando.
Ahí fue
donde me vino una palabra a la cabeza: telepresencia. No me alcanzaba con las cámaras que tengo
en casa. Ahora necesitaba poder ver y oír lo que ocurría y, además, poder
hablar. Si la llamaba, aunque estuviera acá en el diario, el lazo con la parte
segura de la casa (esto es, lejos de la medianera) se reforzaría. De hecho, las
buenas prácticas aconsejan no dejar solo a un perro recién llegado durante los
primeros 15 días. Bueno, no podíamos darnos ese lujo.
¿Podría
resolverlo esa misma noche con los elementos de que disponía? Hice el
inventario: la computadora del living (con un Linux), que se usa para ver
películas, así que está conectada al home theatre, y una webcam con micrófono.
Me rompí la cabeza durante un rato largo, pensé en ponerme a estudiar Apache y,
como es usual, me concentré en soluciones complejas para lo que parecía una situación
compleja. Y, sin embargo, tenía la respuesta delante de las narices. Un iconito
en el Escritorio de la máquina. El iconito de Skype.
¡Eureka!
Recordaba vagamente que este programa ofrece la opción de responder
automáticamente las llamadas, con un control adicional para enviar también
video. Lo verifiqué. Perfecto. ¿Era muy loco crearle una cuenta de Skype a la
casa? O, vamos, no era loco. Era ridículo. ¿Pero qué importaba? Si podía llamar
a ese perro insensato a distancia, había una posibilidad menos de que se le
ocurriera salir a buscarnos.
Precauciones
El
procedimiento es muy sencillo y, de hecho, no requiere siquiera que nos
suscribamos a un servicio de DNS dinámico, como No-IP. Pero antes, algunas observaciones relacionadas
con la seguridad. Si se siguen los pasos que listo abajo, hay pocas chances de
que alguien espíe nuestra casa mediante esa cuenta de Skype. Pero, aparte de
las posibles vulnerabilidades que podrían esconderse en Skype, si tu máquina
tiene alguna clase de malware, un delincuente podría acceder a tu cámara y tu
micrófono. Estoy seguro de que no querés eso, así que de verdad conviene
asegurarse de que el equipo no se encuentre comprometido.
En cuanto
a lo demás, aconsejo este truco sólo para situaciones muy específicas y
urgentes. Otra cosa: no es una buena idea tener esto andando cuando estas en tu
casa, por lo dicho arriba. Y nunca apuntes la cámara al tablero de la alarma,
una tentación frecuente cuando queremos vigilar la puerta de la casa.
Reitero,
es una receta que puede ayudarte en situaciones muy especiales y no reemplaza
los sistemas de vigilancia. Ni siquiera los que se basan en software gratis que
usan webcams. Por ejemplo, Skype carece de detección de movimiento.
Qué necesitás
Ahora, a
la receta. Lo que vas a conseguir con esto es poder ver y oír lo que ocurre en
tu casa de forma remota y por Internet desde una computadora, una tablet o un
celular, incluso por medio de la red de datos móviles, si estás en un lugar
donde hay buen ancho de banda. Skype está disponible para Windows, Linux,
Android, iOS y Mac OS X, entre otros. Más importante, también vas a poder
hablar con tu casa, si el equipo está conectado a altavoces.
Vas a
necesitar una PC. No uses para esto una notebook, porque no es buena idea dejar
sola una máquina con baterías enchufada a la corriente eléctrica y encendida
durante semanas. Podrías, en este caso, quitarle las baterías, pero, si me lo
preguntan, sólo confío en las computadoras de escritorio (o en los diversos
formatos de servidores) para que queden andando solas sin supervisión durante
largos períodos. Mucho menos tablets o smartphones, ni en broma.
Además,
hará falta una webcam. Si querés oír lo que ocurre en tu casa, también necesitarás
un micrófono. Da igual si está integrado a la cámara o si es aparte. Y, para
poder transmitir voz hacia tu casa, es menester que la salida de audio de la
computadora esté conectada a unos altavoces.
Paso por paso
1. No uses
tu cuenta actual de Skype. Creá una nueva. Ponele cualquier nombre, pero no la
dirección de tu casa o algo que identifique la ubicación de tu casa.
2. Ahora,
añadí un solo contacto: tu cuenta de Skype actual. No agregues a nadie más, ni
aceptes solicitudes de contactos. A veces aparecen de forma espontánea incluso
en perfiles cerrados; son bots tratando de hacer spam o alguna otra maldad.
Sólo un contacto en esta cuenta: tu cuenta de Skype que usás todos los días.
3. A
continuación, abrí el perfil de la nueva cuenta y debajo de la imagen cambiá la
opción Público a Solo contactos.
4. Por
último, en el menú Herramientas> Opciones hacé clic en la pestaña Llamadas,
luego en Mostrar opciones avanzadas y allí poné un tilde en las casillas
Responder las llamadas automáticamente y en Iniciar mi video automáticamente
durante una llamada. Arriba, en ese mismo cuadro, verificá que esté
seleccionada la opción Permitir llamadas... sólo de personas en mi Lista de
Contactos.
Resumiendo:
creás una cuenta para la casa, la hacés privada (no pública), te agregás a vos
como único contacto y la configurás para que responda llamadas automáticamente
con video.
Obvio, esa
computadora debe quedar encendida y el Skype andando. De este modo, cuando
llames desde afuera, el equipo responderá y podrás ver, oír y hablar con la
casa.
Si por
algún motivo necesitás cerrar la sesión de la cuenta de tu casa de forma
remota, todo lo que tenés que hacer es abrir esa cuenta en la computadora en la
que estés, abrir una ventana de chat con cualquier contacto (preferentemente,
con tu cuenta actual) y escribir: /remotelogout
Dos datos del estribo. Uno
anecdótico. El otro, no tanto.
Al final,
una tarde, Betty se animó y ladró. Dos veces. Dos veces y nada más. No era
muda, como creímos, sino más bien lacónica.
Segundo, y
más interesante. Preparé mi sistema de telepresencia y apunté la cámara a la
ventana del living por donde Betty asoma el hocico para verificar si estamos.
Le hablé desde fuera de la casa, vino corriendo a la ventana, miró, no me vio,
luego olisqueó un poco, levantó una ceja y dijo: "Ah, el viejo truco del
Skype". Después de eso me cansé de llamarla y nunca más se comió el
amague..
Fuente:
http://www.lanacion.com.ar/1699087-telepresencia-truenos-y-un-perrito-insensato